EL MAR

Miro al mar con mirada ausente, deseosa de poder volar. Volar y sobrevolar la maravilla por excelencia de la naturaleza, un cúmulo de agua desmesurado. Mi mente vuela y mi cuerpo permanece impasible ante la majestuosidad de tan grandioso ser, el agua. El origen de toda vida.
Ahora sé porqué miro al mar con envidia, recelo y admiración. El mar es infinito, no termina en esa línea que todos vemos al plantarnos ante él, el horizonte. El horizonte no es más que una línea imaginaria, creada por nuestra mente para comprender lo que realmente es el mar. Nuestro conocimiento no alcanza a comprender las cosas que no tienen límite, así como no podríamos describir con certeza la nada y el todo, no podríamos comprender el significado completo del mar. El mar comienza pero no acaba, dónde poner el límite sino en el horizonte, qué línea definiría mejor ese límite.
Miro al mar porque sueño con que mi libertad sea todo lo que el mar es, el origen y el final, sin límite concreto. Miro al mar con admiración, para dar rienda suelta a mi espíritu –si es que realmente existe- y sentirme libre. Me empequeñece la idea de no ser más que un cuerpo pensante, con capacidades asombrosas de leer, escribir y sobre todo transmitir. Me empequeñezco cuando pienso en el mar, pero me relajo observándolo. Me da paz y tranquilidad.

Una gota, un grano de sal disuelto en agua, una molécula de H2O, … una infinitésima parte de un todo, soy un granito de arena en una playa, una hormiga del hormiguero, una abeja de la colmena… un nada y una parte de un todo. El mar llega a mí en forma de ola, de brisa, … no hay nada mejor que bañarse, empaparse del mar, de su conocimiento, de sus sensaciones… sin nada encima. Soy libre cuando lo admiro y me siento libre cuando me baño en él desnuda, sin que ninguna prenda fabricada por manos humanas contamine mi piel. Él y yo, solos y acompañados de todos los seres vivos que el mar moran. Solos y libres…